Por Paula Caraballo, Pilar Rébora y Carolia Tajes*
Una de las características constitutivas del ser humano al nacer es la indefensión y fragilidad, lo cual nos coloca en una posición de dependencia en relación al otro/a. Desde el momento del nacimiento, para la supervivencia, necesitamos que otras personas garanticen la satisfacción de nuestras necesidades esenciales, que implican no solo aquellas como la alimentación e higiene, sino también, y fundamentalmente, el sostén emocional y afectivo: gestos, miradas, palabras, deseos, expectativas, que, en el constante y sostenido vínculo de crianza, humanizan y van determinando un lugar para y desde el cual habitar. Es por ello, que no podemos hablar de personas aisladas, sino que necesitamos del otro/a, del vínculo y es esa capacidad vincular del grupo humano la que nos da el sostén para nuestra supervivencia.
A medida que crecemos vamos alcanzado distintos niveles de independencia, sin embargo, esa debilidad e indefensión inicial nos acompañarán toda la vida, por más que para vivir necesitemos construir distintos modos para desmentirla. En el momento actual de pandemia, donde peligra nuestra existencia, este sentimiento de fragilidad y vulnerabilidad se hace presente, trayendo consigo la angustia que esa experiencia suscita. A su vez, puede llegar a obturar la trama vincular y el lazo social y reafirmar la mirada hacia otro/a como una “amenaza o peligro”. Decimos reafirmar, ya que, lejos de ser “algo nuevo”, lo que observamos es cómo, ante esta situación crítica, los modos de ser y estar en el mundo, impuestos por nuestra sociedad capitalista y patriarcal, se visibilizan y toman más fuerza.
En este sentido, la lógica productivista que se ubica como centro de nuestras vidas, ha quedado en suspenso. Y ahí suele emerger la angustia, al sentir que no se está «haciendo nada», nada “productivo”, pensado desde un punto de vista económico. Nos llenamos y llenamos a nuestros/as niños y niñas de tareas y deberes, pareciera que hay que seguir, como si nada pasara.
Con la pandemia se aumenta la desconfianza y el autoaislamiento, generando así respuestas individuales y en soledad. Los/as vecinos/as hemos asumido la función de control para el cumplimiento de la cuarentena en pos del «bien común». Tenemos un número específico y el aval social de “delatar” y hasta maltratar a quien circula en la calle o como nos ha sucedido, por estar en una panadería en ambo antes de entrar a trabajar. También, sabemos de personas que, por haber estado en otros países o en contacto con personas infectadas, deberían cumplir su aislamiento, para protegerse y protegernos, y no lo hacen… Con estos ejemplos pretendemos dar cuenta que cuando los lazos sociales amorosos se aflojan el individualismo crece y la violencia se disemina en las relaciones interpersonales. Este, también es el “enemigo invisible” del que no nos hablan…
Como trabajadoras de la salud mental, no podemos dejar de preguntarnos: ¿Qué generamos en las familias donde nuestros “consejos” no pueden cumplirse?¿Qué lugar para esas personas que están viviendo situaciones económicas límites nunca antes vividas? ¿Qué pasa en las casas donde se agudizan situaciones de violencia de género o familiar a causa del aislamiento obligatorio? ¿Qué sucede cuando el imperativo “Quedate en casa” se vuelve contradictorio, como por ejemplo en las situaciones donde la casa no es un lugar de contención sino que prima la violencia, abuso o consumo?
Creemos fundamental pensar en términos de «Cuidarnos entre todos/as», desde la ternura, la cual supone, tomando a Fernando Ulloa*, tres suministros básicos: el abrigo, el alimento y el buen trato. El buen trato alude al sentido generalizado de la ternura como referente al amor. Pudiendo, entonces, posicionarnos desde un lugar empático y ético en relación al otro/a, que implica la posibilidad de ver y reconocer a la otra persona con necesidades y potencialidades diferentes. Esto pone en acento, no solo que se trata de cuidarnos para evitar la propagación del virus, sino también los efectos emocionales y vinculares que podrían producirse debido al distanciamiento social obligatorio.
¿Cómo se va a inscribir en nuestros cuerpos este tiempo de confinamiento? ¿profundizará la alienación y el miedo? Dependerá del coraje que tengamos para crear respuestas de cuidado colectivo. Nos referimos a una lógica de cuidado, diferente a la médica, donde hay una patología que “atacar” o un cuerpo que “curar”, sino más bien, un cuidado donde prima la construcción de un entramado de vínculos, lazos y encuentros que sostienen y fortalecen la comunidad. Entonces nos parece fundamental poder pensar ¿cómo nos acompañamos? En este punto nos preguntamos: ¿no sería importante fortalecer los vínculos vecinales, estando atentos/as a acompañar a quienes están en los grupos de riesgo o solos/as, tanto para hacerles algún mandado como para poder acompañar en este momento de aislamiento preventivo? ¿No sería una forma de cuidarnos poder escribir o llamar a quienes se encuentran atravesando situaciones de violencia o sufrimiento subjetivo para que sepan que estamos, que no están solos/as? ¿no deberíamos encargarnos también de denunciar cualquier situación de violencia o maltrato que escuchemos dentro de los hogares? porque todo esto también puede salvar una vida.
Asimismo, esta crisis ha generado muchos actos solidarios, entonces ¿lograremos que se inscriban para que sea una “norma” y no un acontecimiento aislado? Es por esto que creemos indispensable pensarnos en sociedad, generar respuestas colectivas, de cuidado y vida, de solidaridad vinculante (no resiliencia individual) para resignificar el lazo con y en la comunidad. Pensar esta capacidad vincular como una oportunidad de aprendizajes y construcciones colectivas y solidarias.
Creemos también que esta pausa, este corte en la cotidianidad, puede ser una condición de posibilidad para revalorizar nuestro tiempo, que abra la puerta al despliegue de la creatividad y el deseo, a retomar o comenzar aquellas cosas que nos dan placer y principalmente para reencontrarnos con nuestros vínculos importantes, ya que el distanciamiento de los cuerpos no implica su ausencia.
Para finalizar sostenemos que, nuestro gran desafío como sociedad es y será: poder construir cuidados colectivamente, en solidaridad vinculante.
*Psicoanalista, Texto citado: «Sociedad y crueldad» (2005).
*Licenciadas en Psicología
Fuente: El Dia – Gualeguaychú